
Por Christina Fernández-Morrow, Hola Iowa
Des Moines era muy diferente en el año 2000. Aún no construían la Arena Wells Fargo, había muy pocas Taco Trucks y ningún festival que celebrara la cultura y las aportaciones latinas. JoAnn Mackey, empleada estatal de la División de Asuntos Latinos, quería cambiar esa situación. Empezó a proponer la idea de un Festival de la Herencia Latina a todo el que quisiera escucharla. “Llamaba a las puertas y hablaba con todo el mundo”. Des Moines estaba en la cúspide del cambio y era el momento adecuado para proponer una idea tan grande.
La primera reunión de planificación tuvo lugar en el sótano de una iglesia y atrajo a casi tres docenas de personas. “En la segunda hubo casi el doble”, recuerda Mackey. Ninguno de los voluntarios tenía experiencia en planificación de eventos ni había organizado antes un festival. Podría haberse convertido en un caos, pero ella dividió a todo el mundo en comités con reuniones individuales para que las cosas avanzaran. Fiel a los valores latinos, fue un asunto de familia. Las hijas y el nieto de Mackey, de sólo once años, asumieron funciones de liderazgo. “Chris, mi nieto, ha participado desde el principio. Siempre estaba ahí ayudándome a organizar, a trazar la locación de los puestos, a hacer todas las cosas técnicas”. Chris, que ahora tiene 32 años, sigue trabajando como voluntario detras de bastidores en tareas administrativas y contables. “Estoy deseando ver cómo todo el mundo se lo pasa bien en un evento para el que hemos trabajado todo el año”.
Tras un año de reuniones, contratación de bandas y recaudación de más de 50,000 dólares, el primer festival se programó para el 15 de septiembre de 2001. El martes anterior al festival, el World Trade Center y el Pentágono sufrieron un atentado terrorista. El país entró en estado de shock y los medios de comunicación se llenaron de imágenes inimaginables de destrucción. Mackey convocó una reunión de emergencia en la que los comités decidieron por unanimidad aplazar el festival. “El gobernador (Vilsack) me llamó y me felicitó por cancelar el festival. Apreció que fuéramos sensibles a lo que estaba pasando nuestro país”. La nueva fecha se fijó para el 25 de mayo de 2002.
Mackey y el resto de voluntarios se tomaron esos ocho meses para reagruparse y correr la voz. Era importante asegurarse de que todas las culturas latinas participaran. Los latinos, el grupo étnico de más rápido crecimiento en el estado, proceden de más de veinte países de Norteamérica, Centroamérica, Sudamérica y el Caribe. Los organizadores querían que todos se sintieran incluidos y festejados. “La participación de la comunidad fue emocionante. Querían hacerse notar”, afirma Mackey. “Fue el primer acontecimiento estatal que festejaba nuestras culturas y nuestra herencia”, añade Enrique Peña, maestro de ceremonias del festival inaugural.

Foto de Tar Macías / Hola Iowa
El primer festival latino se celebró durante un día en los puentes de Locust y Court Avenue, en el centro de Des Moines. Los organizadores esperaban entre dos mil y tres mil asistentes de todo Iowa. En cambio, acudieron casi diez mil personas, algunas de otros estados. El día estuvo amenizado con música, bailes, comida, y casi todos los países latinoamericanos tenían una carpa llena de artículos y representantes vestidos con trajes tradicionales. La escena llenó el centro de la ciudad de un sentimiento de pertenencia. El país se estaba recuperando de una muestra masiva de odio, y había sido un año tenso. Los crímenes por motivos raciales contra personas de color habían aumentado y los habitantes de Iowa no eran inmunes. Los vivos colores de las banderas y la gente vestida con ropas de sus países ancestrales crearon una energía eléctrica, vibrante y alegre. “La gente de mayor edad se acercaron a mí, a Enrique y a JoAnn y nos dieron las gracias”, recuerda Joe González, actual director ejecutivo de Latino Resources, Inc, la entidad sin fines de lucro que organiza el Festival de la Herencia Latina de Iowa. González fue uno de los organizadores originales y supervisó la seguridad durante muchos años. Utilizó sus contactos como agente de policía de Des Moines para reclutar a otros agentes y mantener la seguridad de todos. Su participación fue parte de HONRA, un esfuerzo de alcance comunitario que González creó dentro de la fuerza policíaca para desarrollar relaciones positivas entre el DMPD y la comunidad latina. En 2013, después de que un accidente mientras trabajaba en seguridad como oficial fuera de servicio casi mata a González, él se retiró de la policía y un año después se hizo cargo de la planificación y realización del festival. “Estaba entusiasmado y apasionado por el festival y la comunidad”, dice Mackey, quien eligió a González como su sucesor. “Quieres a alguien así liderando este evento”.

Foto por Tar Macias / Hola Iowa
El festival ha superado algunos retos. En 2004, el año en que el festival iba a celebrar la boda de dos de sus organizadores fundadores, que se conocieron y enamoraron mientras planificaban el primer festival, una tormenta inesperada arrasó el lugar, arrojando muchos objetos culturales al río. La tormenta provocó un cierre de emergencia y algunos heridos a causa de los escombros. Las inundaciones y las obras de construcción obligaron al festival a cambiar de ubicación varias veces. Ha estado en los terrenos del Southridge Mall y en el Blank Park Zoo, donde los visitantes tenían acceso completo al zoológico con una entrada de 5 dólares. También ha habido momentos maravillosos. “Mis hijas recuerdan cuando conocieron a Dora la Exploradora. Estaban muy emocionadas porque la veían en la tele todos los días”, recuerda Peña. El público también disfrutó de la Lucha Libre, paseos en poni, bailarines aztecas, low riders, desfiles de niños vestidos con trajes tradicionales e incluso un zoológico de mascotas.

Foto por Tar Macias / Hola America Archives
Se ha transformado en un evento de dos días y es el mayor festival étnico de Iowa. Ese nivel de crecimiento requiere mucha recaudación de fondos. “Cuando me hice cargo por primera vez, tenía que recaudar algo más de 90,000 dólares”, recuerda González. “Hoy esa cifra se ha triplicado. Sólo las carpas cuestan más de 40,000 dólares y casi diez mil los generadores. Cuesta entre 12,000 y 15,000 dólares el escenario y el sonido, y otros 15,000 para el entretenimiento”. Eso sin contar la basura, que subió 5,000 dólares en 2022 cuando el festival contrató a Recycle Me Iowa para ser más respetuoso con el medio ambiente. También está el costo del seguro, las licencias, la seguridad, los baños portátiles, los permisos, el cerco, el agua y otras cosas que garantizan que el espacio sea seguro, esté bien cuidado y sea cómodo para miles de invitados. “La gente siempre nos pregunta por qué cobramos entrada cuando otros festivales no lo hacen. Eso genera fondos sin restricciones que se reinvierten en la comunidad”, explica González. Es el único festival que destina al menos 25,000 dólares al año a programas y becas”. Desde el principio, el festival quiso ser de la comunidad, para la comunidad. Cuando el huracán Katrina azotó el país en 2005 y los latinos huyeron del sur hacia Iowa, el festival les ayudó a sufragar los gastos de traslado con esos fondos no restringidos. “Los patrocinadores han sido leales, pero aportan fondos para partes concretas del festival”, explica González. El precio de la entrada, que no ha subido desde el primer festival hace más de veinte años, también ayuda a mantener bajos los costos para los vendedores, lo que permite a las pequeñas empresas familiares participar. “El público no se da cuenta de lo que cuesta. Es agotador tener que recaudar más y más dinero cada año. Nunca se sabe cuándo los patrocinadores pueden retirar su financiación. Con las entradas se pagan los depósitos para el año siguiente, se ayuda a controlar a la multitud y se mantiene la seguridad en un espacio cerrado”, dice González. “En un mundo ideal, si pudiera encontrar patrocinadores importantes que se comprometieran durante años, lo haría gratis. La reserva a esto es que no tendríamos fondos sin restricciones para ayudar a la comunidad el resto del año.”
En la actualidad, los comités están dirigidos por miembros de la junta que también supervisan la gestión de la organización, incluida la planificación de su futuro. Sus objetivos son mantener el festival al alcance de invitados y vendedores, que sea siempre familiar y que aporte algo nuevo cada año. Algunas de esas novedades son los músicos itinerantes, los jóvenes artistas de varios países latinoamericanos y las asociaciones. Este año, el festival se ha asociado con la Des Moines Music Coalition para traer al músico de jazz cubano Alfredo Rodríguez el 21 de septiembre, que inaugurará las festividades con un concierto en el Temple for Performing Arts. La programación musical para el sábado y el domingo está cargada de salsa, merengue, música bailable de alta energía y bomba, una danza afroporteña del siglo XIV. La banda estelar el sábado será la reconicida Sonora Dinamita. “Parece que cada año tenemos que hacer la pista de baile más y más grande. Es un bonito problema”, se ríe González. A pesar de todo, una cosa sigue siendo cierta: el festival une a las comunidades y la cultura.
Más información sobre el festival 2023 en www.latinoheritagefestival.org y síguelos en Facebook e Instagram (@latinofestia) para estar al día.